
Inglaterra, 1953. Mientras el mundo aún no conocía la estructura del ADN, una mujer ya había capturado su secreto en una fotografía: la famosa Foto 51. Rosalind Franklin, química y cristalógrafa experta en difracción de rayos X, había logrado lo que otros no pudieron: evidenciar que el ADN tenía forma de doble hélice.
Hasta entonces, los estudios se basaban en la forma A del ADN, menos hidratada y menos reveladora. Franklin, al trabajar con la forma B —más próxima al estado natural— obtuvo patrones claros y precisos. Su imagen fue crucial… y fue tomada sin su consentimiento.
La ciencia en la sombra
Sus datos, compartidos sin autorización por Maurice Wilkins y filtrados de forma poco ética por Max Perutz, llegaron a manos de James Watson y Francis Crick. Ellos ya conocían un informe confidencial de Franklin que confirmaba que las bases nitrogenadas se ubicaban en el interior de la molécula: una clave estructural. Con esta información, Watson y Crick construyeron su modelo. Y lo publicaron.
Franklin, lejos de reaccionar con rencor, escribió con humildad:
“Nuestra idea general es coherente con el modelo propuesto por Watson y Crick.”
Ella ya tenía listo su manuscrito para la revista Nature. Pero su artículo fue relegado al tercer lugar, detrás de los de Watson y Crick y el de Wilkins.
Silencio, Nobel y legado
Rosalind Franklin jamás fue mencionada en los discursos de aceptación del Premio Nobel en 1962. Ni Watson ni Crick la reconocieron. Fue Wilkins, paradójicamente con quien tuvo más tensiones, quien aceptó mencionarla públicamente.
Tras su paso por King’s College, Franklin se unió a Birkbeck College, donde se le pidió dejar el ADN y comenzó a estudiar la estructura de virus, incluyendo el del mosaico del tabaco. En este campo, también brilló. Descubrió que el ARN del virus se enrolla dentro de su cápsida proteica. Paradójicamente, Watson habló sobre ese tema en su discurso del Nobel... sin siquiera nombrarla.
En 1958, Franklin falleció de cáncer de ovario, probablemente provocado por su exposición constante a la radiación en una época sin protocolos adecuados de seguridad.
Una pionera silenciada
Hoy sabemos que sin Rosalind Franklin, el descubrimiento de la doble hélice hubiera tardado mucho más en llegar. Su formación rigurosa, su agudeza analítica y su ética científica la convierten en una pionera. Su vida es reflejo de cómo las mujeres han sido invisibilizadas en la historia de la ciencia, y también, de cómo su legado no puede ser silenciado para siempre.
Su nombre no solo está asociado al ADN. Está inscrito en la justicia histórica, en el avance científico y en la lucha por la equidad de género en la ciencia.
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