La vida heroica de Marie Curie
Descubridora del Radio
Contada por su hija Eva Curie
Introducción
Hay en la vida de María Curie tantos rasgos inverosímiles que quisiera relatar su vida como se cuenta una leyenda.
En una nación oprimida nace una mujer pobre y hermosa.
Una poderosa vocación le hace abandonar su patria, Polonia, para estudiar en París, donde pasa años de soledad y de angustia.
Encuentra un hombre genial como ella y se casa con él. Su felicidad es de una calidad excepcional.
Con
tenaz y árido esfuerzo descubren un cuerpo mágico: el radio. Su
descubrimiento, no sólo da nacimiento a una nueva ciencia y a una nueva
filosofía, sino que ofrece a los hombres el medio de combatir una
enfermedad horrenda.
En
el instante mismo en que la gloria de los dos sabios se extiende por
el mundo se abate sobre María el dolor. Su extraordinario compañero le
es arrebatado, en un instante, por la muerte.
Con
la angustia en el corazón y enfermo el cuerpo, continúa, sola, la obra
emprendida, y amplía brillantemente la ciencia creada por el
matrimonio.
El
resto de su vida no es más que una perpetua generosidad. A los heridos
de la guerra les ofrece su devoción y su salud. Más tarde dará sus
consejos, su saber y su tiempo a los alumnos, a los futuros hombres de
ciencia llegados de las cinco partes del mundo.
Cumplida su misión, muere, agotada, habiendo rechazado la riqueza y soportado los honores con indiferencia.
A
esta historia, semejante a un mito, no podía yo añadir un solo adorno
sin cometer una falta. No he relatado una anécdota que no haya
comprobado ni he deformado una frase esencial o inventado siquiera el
color de un vestido. Los hechos que se relatan han sucedido y las
palabras que se transcriben se pronunciaron.
Debo
a mi exquisita y culta familia polaca, y especialmente a la hermana
mayor de mi madre, señora Bluska, que fue su más tierna compañera,
inapreciables cartas y directos testimonios sobre la juventud de mi
madre. Documentos personales y breves notas biográficas dejadas por
María Curie; innumerables textos oficiales, relatos y correspondencia
de amigos franceses y polacos, a quienes no sé cómo agradecerles tantas
atenciones; los recuerdos de mi hermana, Irene Joliot-Curie, de mi
hermano político, Federico Joliot, y los míos me han ayudado a evocar
los años más recientes.
Quisiera
que el lector de este libro no dejara de meditar sobre las peripecias
efímeras de una existencia, como la de María Curie, en la cual más
sorprendente que su obra o que lo anecdótico de su vida es la
inmutabilidad de un carácter, el esfuerzo porfiado, implacable, de la
inteligencia; la inmolación de un ser que sabía darlo todo y que no supo
tomar ni recibir nada; el alma, en fin, a la que nada logró alterar en
su pureza excepcional: ni el éxito más extraordinario, ni la
adversidad.
Porque
María Curie tenía esta alma y, sin sacrificio alguno, apartó de sí
misma las ventajas que los auténticos genios pueden obtener de una fama
inmensa.
Sufrió
por ser el personaje que el mundo quería que fuese. Tan exigente y
retraída era su naturaleza, que fue incapaz, hasta los últimos días de
su vida, de escoger una de esas actitudes que la gloria sugiere: la
familiaridad, la amabilidad maquinal, la austeridad intencionada, la
modestia exhibicionista.
No supo ser célebre.
Cuando
yo nací, mi madre tenía treinta y siete años. Cuando estuve en la edad
de conocerla bien, era una anciana ilustre. Y no obstante, fue "la
ilustre investigadora" lo que más me extrañó de ella, sin duda alguna
porque la idea de serlo no ocupaba el espíritu de María Curie. En
cambio, me parece haber vivido siempre al lado de la estudiante pobre y
soñadora que fue María Sklodowska, mucho antes de que yo viniera al
mundo.
En
el instante mismo de su muerte, María seguía pareciéndose a aquella
joven. Una tenaz, brillante y larguísima carrera no había logrado
engrandecerla, disminuirla, santificarla o envilecerla. En su último
día era todavía dulce, obstinada, tímida, curiosa de todos las rolan,
como en los tiempos de sus oscuros comienzos.
Con
una muerte semejante no podía infringírsele sin sacrilegio, el duelo
pomposo que los gobiernos ofrecen a los grandes personajes. María tuvo
en un cementerio silvestre, entre las flores del estío, un entierro
silencioso y sencillo, como si la vida que terminaba semejara a tantas
otras.
Hubiera querido tener los dones de un escritor para mostrar la eterna estudiante de la que Einstein dijo: "La señora Curie es, de todos los seres célebres, el único que la gloria no ha corrompido", siguiendo como una extraña el curso de su propia vida, intacta, natural, casi insensible a su sorprendente destino.
Ève Curie
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